La Copa Mundial de la FIFA, y el fútbol en general, es sin duda el evento deportivo más popular en el mundo. Ningún otro deporte individual puede competir.
Su popularidad, especialmente en América Latina y el Caribe, no es una coincidencia. Los gobiernos, las empresas e incluso los militares han jugado un papel importante para asegurar la obsesión de las masas con este juego. Eso no quiere decir que no sea entretenido y muchas veces hermoso, pero la pasión que sentimos por el juego y nuestros equipos puede ser exagerada debido a factores subyacentes que no conocemos.
Desde que el juego comenzó a apoderarse de la conciencia colectiva de América Latina y el Caribe a principios de 1900, las élites políticos han dirigido el fútbol. Tenga en cuenta que cuando se otorga un trofeo importante, siempre hay un alto político o miembro de la clase dominante que lo presenta al equipo ganador, una práctica que ha sido cierta desde los principios del siglo XX.
Los brasileños, por ejemplo, no lograron su monopolio del fútbol mundial siendo “naturalmente” los mejores jugadores. Los intereses políticos y económicos que sirvieron como impulso para el juego en Brasil fueron un factor crucial detrás de su popularidad entre las masas, contribuyendo efectivamente a su legendario desarrollo.
En el libro del historiador deportivo Tony Mason, “Pasión de la massas” (1995), se muestra cómo el dictador brasileño Getúlio Vargas usó el fútbol para inculcar el orgullo nacional (del tipo fascista) en la población y derramó enormes cantidades del presupuesto nacional hacia su desarrollo y popularidad. Vargas refinó la ya popular idea de que la pasión nacional por el fútbol podría ser utilizada para ganar apoyo político y para darles a los brasileños un sentido de orgullo nacional, a pesar de las pésimas condiciones que padece la mayoría de la población del país.
También se debe señalar, sin embargo, que así como las clases dominantes han usado el juego y lo han desarrollado de muchas maneras para servir a sus intereses, los intereses del pueblo también han sido representados por figuras izquierdistas, como Diego Armando Maradona. La leyenda del fútbol argentino ha sido un amigo cercano y defensor de los gobiernos de Cuba, Venezuela, Bolivia y Nicaragua.
Del mismo modo, el legendario futbolista brasileño Sócrates a menudo quebraba las reglas oficiales de la FIFA en la Copa Mundial para enfrentarse al imperialismo estadounidense, una vez llevando una venda que decía “Sí al amor, no al terror” después del bombardeo estadounidense de Libia en 1986. Solía también usar conferencias de prensa para exigir una mejor educación y atención médica para las masas pobres, parecido a lo que está haciendo Colin Kaepernick en Estados Unidos ahora.
Hoy, cuando la Copa del Mundo se televisa a miles de millones de personas en todo el mundo, el fútbol es, sin dudas, una de las herramientas más poderosas para distraer a las masas, despolitizarlas y crear un falso sentido de orgullo nacional.
Sin embargo, no iríamos tan lejos de llamar a boicotear el juego por completo, del mismo modo que no trataríamos de persuadir a las personas religiosas y espirituales a convertirse en ateos. Lo que sugeriríamos y exigiríamos es una visión crítica y contextualizada del juego, proyectando un futuro en el que podamos tomar la conciencia colectiva de nuestra gente de manera similar, pero con el objetivo contrastante de hacer que el deporte represente el orgullo nacional de logros sociales, políticos y económicos reales.
Deseamos un futuro en el que el trofeo sea levantado por un equipo de jugadores que amen a su país, no por los colores de una bandera, un himno nacional obsoleto o un emblema. Pero porque quieren o han logrado justicia para su gente y sus trabajadores.
Disfruten los juegos — yo estaré apoyando a Irán.