Eurocentrismo y la eliminación del socialismo latinoamericano existente

POR CARLOS CRUZ MOSQUERA

El 31 de enero de 2018, Monthly Review Online publicó un artículo del profesor Benjamin Selwyn de la Universidad de Sussex, Reino Unido, que delinea una estrategia para el desarrollo socialista. Los prototipos de socialismo que Selwyn describe son muy necesarios y son un bienvenido contraste con los modelos liberales / centristas perseguidos por gran parte de la izquierda en los países capitalistas centrales.

Lo que es desconcertante es que lo que Selwyn describe ya existe en ciertas partes del Sur Global, es decir, en América Latina. Sin embargo, el autor no hace referencia a estos proyectos socialistas ya existentes, escribiendo como si estos modelos fueran una creación de su propia imaginación intelectual, o un “experimento de pensamiento”, como él declara.

Como observación introductoria, él postula que estos modelos no existen actualmente pero podrían desarrollarse “en el futuro cercano” a través de una “clase trabajadora” que logre el “poder político y económico en un país pobre”. Su esquema se divide en tres secciones: ” Revolución intermitente, “Reabsorción del Estado por la sociedad” y “Redistribución: Reivindicación de la riqueza social”.

En esta contestación, mostraré que si bien algunos de los detalles que Selwyn incluye en su ensayo pueden ser originales, los modelos generales que describe como “nuevos” han existido durante varios años en Bolivia, Venezuela Ecuador y Cuba.

En la sección titulada “Revolución Intermitente”, Selwyn describe correctamente la toma del poder político como una “fase de la lucha por la transición a un modo alternativo de producción” y que “se llevará a cabo utilizando herramientas heredadas del pasado”.

En América Latina, este proceso comenzó ya en 1959 con la Revolución Cubana. Cuba no fue capaz de pasar de la producción capitalista a la socialista de un día para otro. Todavía está luchando para solidificar un sistema socialista en un mundo dominado por el comercio capitalista, incluso optando por permitir algunas transacciones capitalistas en el país recientemente.

Venezuela, Cuba y Bolivia, países cuyos gobiernos dicen ser socialistas, continúan teniendo remanentes de gran alcance del antiguo sistema capitalista. Están experimentando contradicciones que, para algunos, especialmente en Occidente y el Primer Mundo, son suficientes para relegarlas a meros estados “populistas”. Sin embargo, como sugiere Selwyn, el surgimiento de un estado socialista puede ser un “proceso prolongado y cargado de contradicciones”. Lo importante es que estos procesos están construyendo múltiples mecanismos, tanto estatales como dirigidos por la comunidad, que buscan desplazar el viejo sistema capitalista para un nuevo modelo socialista.

Venezuela, por ejemplo, ha estado organizando comunas socialistas en todo el país durante al menos una década. El objetivo principal de estas comunas organizadas es “tener el derecho de planificar, definir y ejecutar políticas y proyectos dentro de su propio territorio, y todos (en) los habitantes tienen derecho a participar en este proceso”. Además, el propio estado ha creado proyectos como Misión Barrio Adentro, médicos y clínicas que se colocan en barrios pobres para proporcionar las necesidades básicas de atención médica a los trabajadores que alguna vez no tuvieron acceso a ellos o tuvieron que ir a las zonas de los ricos y pagar hospitales y clínicas privadas.

En 2016, para combatir la crisis económica causada en parte por capitalistas saboteando la distribución de artículos domésticos básicos, el gobierno también presentó los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAPS). La producción local y la distribución de productos básicos como el pan son desconocidos en el modelo neoliberal que gobierna la mayor parte del mundo actual.

La autoconfianza de los ciudadanos junto con un estado que se inclina hacia la construcción de un sistema socialista está estableciendo mecanismos de supervivencia que se pueden comparar con lo que Selwyn llama “el proceso de potenciar el poder de la clase trabajadora” o “revolución intermitente”.

Otro aspecto de este proceso, según Selwyn, es “una política exterior abierta” que “pueda complementar la extensión nacional del poder de clase trabajadora, a través de la colaboración con los movimientos sociales internacionales para construir la solidaridad para el nuevo régimen”.

Una vez más, Venezuela ha sido un referente del socialismo en la región al crear redes de solidaridad tanto a nivel estatal como con movimientos sociales. A nivel estatal, Venezuela y Cuba han tratado de integrar a América Latina y el Caribe más que nunca. La Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, conocida como ALBA, se creó con el fin de organizar oficialmente “asistencia social, trueque y ayuda económica mutua” en toda la región.

Mientras Selwyn espera un momento en que se establezca “un estado democrático de clase trabajadora en un país”, elige ignorar los ya existentes en América Latina. Para él, el surgimiento de tal estado es un requisito previo para que surjan otros estados similares, pero no reconoce los esfuerzos de la clase trabajadora en ciertos países del Sur Global. Estos proyectos a menudo parecen atraer más desprecio que solidaridad con nuestros amigos en el Norte.

En su sección “Reabsorción del Estado por la Sociedad”, nuevamente ignora el progreso de los movimientos sociales en el Sur Global. Menciona las comunas y comunidades vecinales que podrían existir para establecer “impulsos de planificación democrática”, pero no reconoce los proyectos ya existentes organizados en torno a este principio, que he detallado anteriormente.

Curiosamente, el autor incluye una breve cita que menciona la planificación participativa en Brasil, Venezuela e India, reconociendo su existencia. Sin embargo, continúa el ensayo en un tono que sugiere que estos aún están por materializarse. ¿No son importantes estos ejemplos practicos?

En la sección final titulada “Redistribución: Recuperación de la riqueza social”, argumenta que la transformación de las relaciones sociales para redistribuir la riqueza es la forma más rápida de terminar, o al menos aliviar, la pobreza, algo con lo que todos estamos de acuerdo. Sin embargo, se confunde un poco con algunos párrafos sobre impuestos bajo el capitalismo y el acaparamiento de lo que debería ser riqueza pública.

En esta sección, Selwyn explica que si las élites ricas de los países pobres pudieran compartir su riqueza, podrían eliminar la pobreza. Finalmente, reúne todo para declarar que la riqueza, que incluye no solo dinero sino “tierra, lugares de trabajo y entorno natural”, debe transformarse a través de “socializar su propiedad y dirección democrática”, con lo cual estamos de acuerdo.

Si bien estamos totalmente de acuerdo con el argumento subyacente de Selwyn sobre un cambio radical en el control de la producción y la riqueza derivada de él, consideramos que su omisión de los movimientos actuales en el Sur Global es ofensivamente eurocéntrico, es decir; racista.

Al dejar de lado los proyectos que ya se están moviendo hacia modos de producción socialistas, se borran las luchas de miles de millones de personas en todo el mundo. Este esquema condescendiente de lo que debería o podría hacerse es otra forma más de eurocentrismo, en el sentido de que trata de darnos un modelo de algo que muchos de nosotros ya estamos haciendo.

1 Comment
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