¿Es Gustavo Petro el cambio que Colombia está buscando?

POR CARLOS CRUZ MOSQUERA

Gustavo Petro, el candidato presidencial de izquierda que se está tomando la conciencia política colombiana, una vez fue miembro del grupo guerrillero M19, la respuesta a las Fuerzas Armas Revolucionarias de Colombia, FARC, en las ciudades. Al igual que muchos estudiantes colombianos en la década de 1970, Petro se sintió atraído por el M19 por sus acciones de estilo Robin Hood que parecían más urgentes que la prolongada guerra en la jungla que sus compañeros de las FARC estaban librando en ese momento.

Con sólo 17 años, Petro, ya miembro del M19, demostró una capacidad intelectual sobresaliente en sus estudios. Fundó un periódico llamada Carta al Pueblo donde denunció crímenes de Estado y dio voz a los más oprimidos de la sociedad colombiana. A los 21 años, fue elegido personero de su municipio, Zipaquira, al norte de Bogotá. Posteriormente fue elegido concejal de dicho municipio entre 1984 y 1986.

En los primeros años de la década de 1990, Petro jugó un papel importante en el acuerdo de paz entre el gobierno y el M19, lo que ayudó a lograr la amnistía para muchos de sus miembros. Una gran hazaña teniendo en cuenta que el estado colombiano y su aparato mediático habían retratado, como lo hacen todavía, a los luchadores revolucionarios como terroristas.

El acuerdo de paz de 1990 con el M19, como el actual con las FARC, no fue pacífico. El líder principal del M19, Carlos Pizarro, fue asesinado a bordo de un vuelo comercial mientras se postulaba para la presidencia. Parece que ser revolucionario en Colombia y dejar las armas le cuesta a usted su vida o una parte significativa de su espíritu revolucionario. En el caso de Petro, él no perdió la vida pero sí tuvo que comprometer sus ideales.

Después del acuerdo de paz de 1990, Petro se fue a Bélgica, donde estudió derechos humanos y economía. A partir de entonces, regresó a Colombia donde logró llegar a cargos gubernamentales, primero como congresista a fines de la década de 1990 y luego como alcalde de Bogotá en 2011.

A pesar de tener que comprometer su radicalismo, Petro logró convertirse en una espina en el costado de la aristocracia colombiana al exponer los vínculos paramilitares con el gobierno y llevar a cabo otras acciones progresistas. Su tiempo como alcalde de Bogotá dio como resultado opiniones encontradas en el país. Mientras que los pobres lo proclaman como el mejor alcalde que haya tenido la ciudad, la prensa nacional (controlada por una minoría de familias aristócratas) afirma exactamente lo contrario.

No hay duda de que, desde una edad temprana, Petro ha imaginado y jugado un papel en la transformación positiva de la sociedad colombiana. Él claramente quiere lo mejor para el país.

Pero la pregunta sigue siendo, ¿es la posible ascendencia de Petro a la presidencia el cambio que necesita Colombia?

Desde una perspectiva comunista, es decir, desde una visión profunda y contextualizada de las condiciones económicas y políticas, uno tiene que ser pesimista sobre el resultado de las elecciones presidenciales de este año. Eso es, si se le permite ascender a la presidencia (hubo fraude generalizado en las elecciones legislativas recientes en su contra e incluso un intento de asesinato) entonces su capacidad para cambiar la realidad socioeconómica de las masas sin duda será sofocada por un congreso compuesto por las élites políticas y económicas más poderosas del país.

Donde sea que pueda lograr un cambio tangible, se limitará a aliviar síntomas muy específicas del sistema capitalista-colonialista como lo hizo en Bogotá. Un gobierno socialdemócrata sin duda será eclipsado por un estado completamente aristocrático cuyos sus poderosos y abundantes representantes harán todo lo que puedan para bloquear cualquier señal de progreso. En resumen, si un movimiento revolucionario no derroca al Estado y toma el poder del país por la fuerza, todos los demás proyectos y movimientos, sin importar cuán bien quieran hacer, están condenados a fallar.

Además, el eslogan de Petro que dice que ha venido a enriquecer a los pobres y no a empobrecer a los ricos, muestra que quizás no sea lo suficientemente fuerte como para enfrentar las contradicciones principales que envuelven al país. Un economista brillante, como él es, debería entender más profundamente que es imposible enriquecer a la gente pobre sin quitarle a los parásitos que se roban la riqueza del país. Esperemos que esta frase idealista se haya usado solo para comprar tiempo y votos.

Muchos argumentarán que los gobiernos revolucionarios no violentos en América Latina han tenido éxito (Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Rafael Correa y Evo Morales) pero la elite criolla de Colombia es mucho más poderosa que las de Venezuela, Ecuador o Bolivia, sin olvidar las varias bases militares de EE. UU. que esperan cualquier movimiento revolucionario. Incluso aquellos países donde los procesos socialdemócratas han tenido algún éxito al traer cambios temporales ahora están bajo amenaza, cómo es el caso de Ecuador con las elecciones y el giro derechista de Lenín Moreno o la guerra imperialista contra la Revolución Bolivariana.

La dolorosa realidad es que tomará más que urnas para transformar la sociedad latinoamericana. No se puede tomar a la ligera el anhelo de las masas y los revolucionarios colombianos por la paz, pero desafortunadamente, el verdadero poder político surge del cañón de un arma, como lo expresó sucintamente Mao Zedong. Las elites coloniales parásitas no van a renunciar pacíficamente al poder, como lo han demostrado en Venezuela, Ecuador y Bolivia.

Esta aparente reconciliación con las élites en Colombia y América Latina por parte de los revolucionarios no tiene que ser vista como un paso atrás. Es muy probable que sea un paso estratégico y de descanso, necesario para el impulso final de librarnos de las élites capitalistas de una manera más permanente.

El futuro pertenece a aquellos de nosotros que estamos dispuestos a tomar el estado por la garganta, asfixiarlo a la muerte y construir un nuevo estado y sociedad socialista sobre las cenizas de lo viejo.

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