La segunda insurrección de Colombia se avecina

POR CARLOS CRUZ MOSQUERA

La naturaleza violenta de la élite de Colombia imposibilita la transformación de las estructuras gubernamentales y económicas del país sin violencia revolucionaria.

El acuerdo de paz entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, y el gobierno el año pasado dio a muchos millones de colombianos la esperanza de que la violencia en del país terminaría. Le dio al pueblo colombiano la esperanza de que las terribles condiciones socioeconómicas se transformaría en el país.

No se puede culpar a la izquierda de Colombia y las fuerzas guerrilleras por invertir tantas esperanzas en el proceso de paz después de un medio siglo de derramamiento de sangre. En última instancia, el acuerdo de paz siempre se basó en el idealismo y no en las realidades materiales de Colombia. La realidad es que las élites de Colombia nunca permitirán un proceso democrático real en el que la izquierda pueda desafiarlos, y mucho menos tomar el poder.

La historia ha demostrado la falta de voluntad por parte de las elites colombianas para dar una plataforma a cualquiera quien desafíe el monopolio político y económico que sostienen en el país. En la actualidad, estamos presenciando otro proceso de paz fallido, como el que tuvo lugar en la década de 1980, cuando los miembros del partido izquierdista, Unión Patriótica, fueron sistemáticamente asesinados en su intento de tomar el poder por medios democráticos.

Las condiciones que existían en Venezuela, Ecuador, y Bolivia, donde los líderes socialdemócratas de izquierda tomaron el poder por medio del voto, no existen en Colombia. Las élites en esos países, aunque dominantes y robustas, no tenían las mismas capacidades militares, con la fuerza o los medios para ahogar la voluntad revolucionaria del pueblo.

Curiosamente, la actual intolerancia de Colombia al cambio mínimo socialdemócrata, como se ha visto en las naciones antes mencionadas, podría ayudar a iniciar un derrocamiento más completo del capitalismo y sus élites en toda América Latina. A pesar de las sustanciales ganancias que la socialdemocracia ha significado para millones en América del Sur, estos estados progresistas han tolerado simultáneamente la preservación de las relaciones capitalistas y sus guardianes. A pesar de esto, o quizás debido a ello, se avecina una revolución más profunda.

Inadvertidamente, las élites de Colombia se han librado de su chivo expiatorio más poderoso: la guerrilla revolucionaria. Los cientos que han sido asesinados desde el acuerdo de paz del año pasado ya no pueden ser atacados. De manera similar, usaron el pretexto de la guerra con la guerrilla por su fracaso de décadas para proporcionar a las masas servicios públicos y sociales adecuados.

La obsesión egoísta del presidente Juan Manuel Santos con su Premio Nobel de la Paz y su legado individual ha dejado expuestos a la clase dominante, lo que permite a las masas distinguir al enemigo y al amigo fácilmente. Las armas que se han abandonado siempre pueden ser levantadas de nuevo. Sin embargo, la naturaleza de la élite, que cada vez está más opuesta al acuerdo de paz, ha infligido daños permanentes a largo plazo.

En menos de un año, cientos de líderes sociales y políticos, incluidos ex guerrilleros, han sido asesinados y continúan siendo asesinados. Las tácticas asesinas no han logrado disuadir el descontento creciente y solo ha ayudado a fortalecer el espíritu revolucionario de las masas.

Las condiciones materiales para una revolución total están presentes. Varios factores — como la fuerza de las élites, su propaganda y su colusión con los militares colombianos y los paramilitares — pueden lograr detener esta revolución. ¿Pero por cuánto tiempo?

Otra insurrección revolucionaria en Colombia podría significar la caída del capitalismo en el continente. Debemos darle toda nuestra energía y apoyo.

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